viernes, 26 de noviembre de 2010

Con arena en mis bolsillos

Hace más de un mes que no me siento a escribir. Por supuesto que no fue falta de ganas, ni vagancia, nada por el estilo. Confieso que un poco me aterraba encarar esta "nueva etapa" de mi vida, de este espacio. Me preguntaba de qué carajo iba a escribir ahora... si es que con el cinismo que se fue, también se fueron mis ideas.
No way- La verdad es que este último tiempo me dediqué lisa y llanamente a disfrutar. Así de simple. ¿Simple?... Puede que simple, pero no usual en mí. Al menos no el último tiempo que estuve ahogada por mi cabeza que no paraba de maquinar a mil por hora. No es simple disfrutar, está claro, lo aprendí. Pero eran tantas las ganas que tenía de un poquito de aire fresco, que lo dejé entrar.
Estar en pareja, según lo experimentado, claramente, no es como andar en bicicleta. Dicen que uno nunca se olvida de como andar en bici, de mantener el equilibrio, de maniobrar correctamente... Creí que volver a estar en pareja iba a ser similar. De mis casi 25 años, pasé mis últimos 10 de novia. Con este último intervalo de 3 años y pico, creí haber aprendido todo, pero todo sobre las relaciones humanas. Big, big, mistake. Me creí canchera, y sabelotodo, y pensé que tenía el control de la situación, para varear. Big, big mistake. L., agobiado, en más de una ocasión me decía " yo no tengo un manual de cómo ser novio"... pasé de sentir ternura por lo que me decía, a entender que yo probablemente tenía un manual, pero el equivocado... Todo fue, y aún es, como aprender a andar en bici por primera vez. Y no hay nada que me seduzca más. Me resulta completamente impredecible, inquietante. Cuando pude finalmente alejarme de la barrera que L. derribó por completo, empecé a disfrutar.
Ahora, my friends, sabrán que nada es color de rosa. Y no es que yo sea la reina de las gatas floras, (o probablemente sí), pero en tanto aprendamos a aceptar al otro tal cual es, el vínculo se convierte en tanto más rico. Y eso que nos cansamos de escuchar en consejos, en la psicóloga, de leer en las revistas, en los libros de autoayuda - "aceptar al otro tal cual es" - deja de ser una frase hecha y se transforma en la clave de la fortuna. No es una sencillez, por supuesto. Porque en esa aceptación negociamos con nosotros mismos, y nos exponemos a nuestro limite más temido. Nos retamos a duelo para ver si somos capaces de bancarnos al otro "tal cual es". Y es bastante complicado. En particular, una vez más, me resultó revelador. Como es imposible escapar de las comparaciones (lo lamento tanto L. perdón) encontré el desenlace, del nudo que (por lo menos a lo que a mi parte respecta) hizo que no funcionaran otros vínculos del pasado...
Incluso, vínculos profundos como los que los hijos tenemos con nuestros padres. Me empeñé, siempre, en cambiar aquello del otro que me enloquecía. Que me angustiaba, que me irritaba. Intenté toda mi vida hacer que mi papá "enderezara" alguna de sus decisiones, intenté mil veces que mi mamá fuera ordenada (llegué a ordenarle mil veces su cuarto con tal de no ver semejante quilombo - perdón vieja pero ilustra perfecto el ejemplo), intenté también estar entre el top 10 de prioridades de alguna ex pareja, intenté tantas cosas, en vano. En realidad no del todo en vano. Aprendí, algo, creo. Estamos en esa etapa, en la que están todas las cartas sobre la mesa, pero esta vez no hay estrategias, ni maniobras, ni manipulaciones. Simplemente un plan para disfrutar mucho tiempo más juntos...